viernes, 9 de febrero de 2007

El negocio de la nostalgia

¿Somos libres de disfrutar de nuestros recuerdos de la infancia o el engranaje consumo-capital nos manipula para que recordemos como una técnica de venta?
Es un planteamiento algo radical, pero trataré de explicarlo. En mi memoria tengo grabados retazos de algunas series de dibujos animados. En su momento servían para entretener al niño delante del televisor para que no diera la lata, y de paso, vender juguetes infantiles. Más o menos como ahora.





Pero con el paso del tiempo, y a medida que los niños de los 80 se iban haciendo mayores, los contenidos televisivos intentaban seguir atrapándolos. Es el caso de la serie Padre de familia, que basa uno de sus puntos fuertes en apelar a la nostalgia del espectador





¿Una estrategia de marketing, un toque bueno de humor o ambas cosas a la vez? La verdad es que no sé si todas las generaciones, cuando pasan de la adolescencia a la etapa adulta, pero siguen siendo jóvenes, se reúnen para recordar las series de dibujos que veían de pequeños, o lo comentan como tema de conversación recurrente tanto como mi generación, pero la verdad es que a veces llegas a plantearte que no perteneces al mismo grupo de personas porque no te acuerdas de Los mundos de Yupi o porque no has visto Los Goonies y sabes si merece la pena perder el tiempo buscando figuritas de Los caballeros del zodiaco o acompañar a los frikis de starwars.
Sinceramente, no estoy libre de subjetivismo para entrar a valorar desde la distancia la dependencia de los recuerdos infantiles para vivir el día a día en la etapa adulta, pero me preocupa que mis recuerdos sean manipulados, porque difícilmente me hubiera acordado de la serie Thundercats de no haber sido por los logotipos que ví en las camisetas de un mercadillo en Camdem Town.
Se aceptan opiniones, valoraciones e insultos.

lunes, 5 de febrero de 2007

Larga fábula del pueblo que se creía ciudad

Érase una vez un pequeño pueblo que estaba situado muy cerca de la capital de la provincia. Históricamente no había pasado de ser un grupo de casas alrededor de una iglesia y una plaza, así como una extensión enorme de terreno rústico salpicado de fincas y cortijos pertenecientes a algunas de las familias acaudaladas de la capital. Pasaron los años, y los siglos, y los olivos que poblaban tanto campo produjeron tal cantidad de aceitunas que se originó una industria floreciente en el que mujeres venidas de todas partes del país eran explotadas en almacenes insalubres donde se deshuesaban, rellenaban y envasaban toneladas de aceituna. La historia es la misma de siempre: la industria atrae a los trabajadores, los trabajadores tienen que vivir en algún sitio, por lo tanto surgen viviendas como setas por todo el término municipal.

Pasaron los años -abreviaré un poco-, acabó una dictadura y la floreciente industria de la aceituna poco a poco dejó de ser tan floreciente. Con la llegada de la democracia surgieron los partidos políticos, y en las segundas elecciones democráticas ganó el que, después de más de veinte años, sigue siendo el alcalde. El pueblo fue creciendo y nuevas industrias fueron surgiendo, creo que fue entonces cuando se creyó que era una ciudad.La industria trajo trabajadores y los trabajadores ganaban dinero que tenian que gastar en pequeñas y medianas empresas. Estas empresas, tiendas, restaurantes o inmobiliarias competían entre sí, y para atraer clientela, necesitaban publicidad. Los años 90 supusieron el auge de los medios de comunicación locales, y entre todos despuntaron dos, uno más oficialista, que seguía lo que decía el Ayuntamiento y otro un poco más libre, atado sólo por el compromiso con sus anunciantes-clientes.

El alcalde perpetuo siempre ganaba las elecciones, unas veces por mayoría, otras por mayoría absoluta, otras con una oposición cómoda... La connivencia entre el periódico oficialista y el partido del alcalde cada vez era mayor, hasta el punto de que la publicidad institucional siempre beneficiaba a este periódico en detrimento de los otros medios de comunicación...

Con el paso del tiempo, el alcalde perpetuo fue creyéndose más su imbatibilidad en las urnas -hasta el punto de que consiguió la mayoría absolutísima en las últimas elecciones- e iba por ahí soltando perlitas del tipo: "voy a dejar este pueblo que no lo va a conocer ni su madre" o "yo no me meto en el salón de tu casa para cambiarte los muebles". Ese pensamiento lo aplicaba en el gobierno del pueblo que se creía ciudad sin que nadie pudiera hacer nada por impedirlo.

Como se suele decir, el cargo de alcalde se le subió a la cabeza, y no eran pocos los que trataban de adularlo y conseguir favores. El periódico oficialista aplaudía sus decisiones y adornaba los fracasos de forma que parecían éxitos. El dinero de la publicidad insitucional era su beneficio principal. Hete aquí que un año de elecciones da para muchas lecciones, y resulta que el alcalde que borró la identidad del pueblo que se cree una ciudad construyendo cuando debería decir destruyendo, quería deshacerse de sus adversarios políticos utilizando su poder en los medios.

La candidata de un partido de la oposición - que tampoco era una santa, estamos hablando de políticos- se acercó a los medios locales para contratar la publicidad de su partido de cara a las elecciones, y el medio oficialista le estuvo dando largas del tipo: -"Pásate más tarde, todavía es pronto" o -"Yo ya te aviso o te mando un mail". Al final todo indica que no le dará los precios, y que hará lo imposible para que la publicidad de ese partido no aparezca entre sus páginas.

Y aquí acaba esta fábula con la siguiente moraleja: el ansia de aparentar o la hipocresía están anidadas entre la clase política. Si ese sentimiento se extiende entre la población lo que resulta se parece más a una dictadura que a la democracia. En las manos de los ciudadanos está la oportunidad de cambiarlo, la abstención en las elecciones y el voto irreflexivo no dan buenos resultados.

Enlaces:
1